Respuesta de Lama Ole:
El orgullo espiritual surge cuando no te enfrentas a las cosas y siempre empiezas algo nuevo tan pronto como profundizas en un área y tienes que trabajar contigo mismo. De esta manera, no te desarrollas, sino que siempre crees que sabes más que otros porque ya probaste de todo.
Te daré un ejemplo. Fue en Copenhague, la única vez que he estado en una Sociedad Teosófica. De camino a las salas de conferencia, ni siquiera podía ver el papel tapiz porque había libros por todas partes. Casi todos eran libros secretos, y pensé: “Quienquiera que lea tantas cosas secretas mezclándolo todo, ciertamente se confundirá”. Y “¿Quién estará imprimiendo realmente esos libros, si son tan secretos?”
Les expliqué qué es el budismo: que no queremos represión ni guerras santas; que no tenemos un dios creador que castiga y juzga; que en cambio, el karma –la ley de causa y efecto– funciona en nuestras vidas; que el budismo no es una religión de creencia; que no tenemos ningún dios, y así. Luego, después de la conferencia, una señora dijo con alegría y devoción: “Ah, otra vez vemos que todo viene de Dios y que todo es lo mismo”.
Pero cuando envejecieron y llegó el momento de morir, muchos teosofistas vinieron a mí. Estaban totalmente confundidos y no tenían claridad. Todo estaba mezclado y con una fina capa de azúcar para que se sintiera bien. Me puse muy contento de poder ayudar a algunos de ellos.
Algo similar sucede con los grupos hindúes, por ejemplo, con Bhagwan (un gurú llamado Bhagwan Shree Rajneesh u Osho). También hoy en día en el movimiento de la Nueva Era, las personas se fascinan con los cristales y esas cosas, lo cual es totalmente reconfortante pero no apunta a la propia mente. Ninguna de estas cosas apunta a la mente misma. Varios hechos se mezclan de tal manera que se siente bien, pero no hay claridad. Por lo tanto, uno se queda con las manos vacías en el momento de la muerte. Cuando las personas se enferman y envejecen, y comienzan a buscar valores duraderos, no tienen nada.
Sólo tres sentimientos son reales: la ausencia de temor, la alegría y el amor. Son reales porque su causa no cambia –esto es, que la mente es espacio–. Y este espacio es radiantemente claro e ilimitado. Si experimentas estos sentimientos, si esto crece dentro de ti, entonces te estás acercando al poder radiante de tu mente. Todos los demás sentimientos están condicionados, son compuestos e impermanentes.